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Consultor, investigador en temas de Descentralización Fiscal y Desarrollo Económico Local. Investigador Asociado del Instituto de Desarrollo Económico y Empresarial INDEE.

lunes, 21 de junio de 2010

Hacia una ciudad más compacta y sostenible - urbanización sin pobreza (ventajas y oportunidades)

Eduardo López

Hoy día los pobres urbanos se urbanizan más rápido que el resto de la población. Escenarios focalizados en los pobres anticipan que muy probablemente la mitad de los cerca de mil millones de personas que viven con privaciones y diferentes tipos de carencias en el mundo seguirán siendo pobres toda su vida y acabarán por transferir su estatuto de pobreza a sus hijos (Outsights, 2004).

Sin embargo estas tendencias no tienen necesariamente que ser así. Hay signos de cambio en algunas ciudades y países que dan pie a un cierto optimismo. En los próximos cincuenta años, Brasil, Rusia, India y China ­--las economías de los países llamados BRIC que representan hoy el 42 por ciento de la población del mundo-- podrán constituirse en una de las fuerzas mayores de la economía mundial (Hawksworth & Cookson, 2008).

De acuerdo con las proyecciones económicas más actualizadas basadas en un escenario de crecimiento económico sostenido, China rebasará a los Estados Unidos de Norteamérica como la economía más grande del mundo en el año 2025 (Pricewaterhouse Coopers, 2006); India será para ese entonces el país más poblado del mundo y gracias a ese bono demográfico e importantes esfuerzos en la formación de capital humano, se estima que para el año 2015 tenga un ritmo de crecimiento más rápido que China y para el año 2050 se convierta en la tercera economía más grande del mundo; Brasil será el país latinoamericano que crezca más rápido con una tecnología de punta en ciertas áreas, recursos energéticos abundantes y un sistema estable de gobierno, lo que le permitirá superar a Italia, Francia, Inglaterra y Alemania entre los años 2025 y 2035, para desarrollar una economía similar a la de Japón en 2050 (Wilson & Purushothaman, 2003); Rusia continuará utilizando sus recursos energéticos como palanca para aumentar su influencia mundial, estimándose que para 2050 el país tenga el PIB per capita más elevado del grupo de los BRIC y una economía cuyo tamaño sea equiparable con la de los G6.

Si las cosas van bien en estos países, es decir, si los BRIC mantienen políticas y desarrollan instituciones que apoyen el crecimiento económico, crean condiciones para generar mejores niveles educativos, e instauran políticas favorables a los pobres, es muy probable que la pobreza pueda reducirse en forma significativa en los próximos veinte años.

Es verdad que hay diversos factores ya sea políticos, económicos, ambientales u otros que pueden configurar eventos diferentes y alterar las proyecciones. Por ejemplo, la amenaza del descenso significativo de la población en edad de trabajar y el rápido envejecimiento de la población en general (Rusia y China), conflictos energéticos (Rusia, India y China), problemas de desarrollo de infraestructura, crimen y corrupción (Rusia, Brasil), dificultades para mantener una cohesión política nacional (Rusia y China), problemas para reducir asimetrías regionales con posibles conflictos étnicos y sociales y la aparición de movimientos insurgentes regionales (India), etc. (NIC, 2008).

Sin subestimar la importancia de estas amenazas y desafíos, es posible creer que los líderes de estos países sabrán organizar las respuestas institucionales adecuadas, creando una mayor estabilidad, estableciendo instituciones más fuertes, mejorando los niveles de instrucción y desarrollando y manteniendo los marcos institucionales, políticos y económicos necesarios para crecer.

Otros países no BRIC podrán registrar cambios positivos en el futuro si inician hoy las reformas económicas, sociales y políticas necesarias para romper con tendencias pasadas y actuales que si siguieran como están no anunciarían buenas nuevas. Los países de América Latina y el Caribe deberán embarcarse en un programa de formación de capital humano, encontrando medios creativos y sostenibles para proporcionar acceso a la educación superior, mediante la canalización de inversiones y ahorro por parte de los sectores privado y social y una participación creciente del sector público. Deberán también introducir reformas tributarias, diseñar políticas anticíclicas y programas sociales innovadores (Burdman, 2004). Los países africanos deberán encontrar fórmulas para utilizar su crecimiento poblacional (que es el más rápido del mundo) para impulsar su crecimiento económico. Deberán también diversificar su economía y utilizar la tecnología de una manera más productiva y mejorar sus sistemas de gobernabilidad para gestionar mejor sus recursos naturales.

Estas ventajas y oportunidades para generar una mayor prosperidad económica generan optimismo, a condición de que se atiendan la pobreza y la desigualdad al mismo tiempo que los países crezcan económicamente. En su reciente estudio sobre el estado de las ciudades del mundo UN-HABITAT muestra que es posible reducir los niveles de desigualdad urbana mientras se disfruta de un crecimiento económico positivo. Países tan variados como Indonesia, Irán, Malasia o Ruanda nos enseñan que las desigualdades económicas no son necesariamente una consecuencia del desarrollo económico, y por el contrario la reducción de estas desigualdades resulta ser una buena estrategia de crecimiento económico.

Hay también, por otra parte, indicios promisorios de una nueva tendencia que apunta a revisar el concepto de desarrollo y a redefinir prioridades en la noción de crecimiento. Es ya una corriente clara de cambio como el concepto de bienestar es paulatinamente ampliado más allá de la noción reductora de prosperidad económica. Otros términos como felicidad, bienestar subjetivo o bienestar social tomarán más importancia no sólo en el discurso político, sino también en la manera de entender y medir el desarrollo de las sociedades. Iniciativas igualmente importantes que toman como centro al ser humano tendrán cada vez más cabida en las políticas de cooperación internacional como la noción de seguridad humana entendida como una forma de proteger a las personas de amenazas críticas y generalizadas a la vida humana, sus medios de subsistencia y dignidad (Japan, 2007).

Es muy probable en ese sentido que se establezcan vínculos más estrechos entre esas nociones y otras como desigualdad, vulnerabilidad e inseguridad, acompañadas por políticas públicas con nuevos criterios en términos de costo-beneficio e impacto de programas. Sin embargo, un futuro así de simple con tendencias tan claras y directas parece demasiado bueno para ser verdadero. La posibilidad de reducir la pobreza y construir ciudades más compactas y sostenibles, con una geografía humana hecha de esperanza, solidaridad y dignidad requerirá tal vez primero que las diferencias se hagan más evidentes, los riesgos mayores y los costos sociales y económicos más altos; es decir, que haya más conflictos, agitación social y sobre todo una mayor percepción tanto para ricos como pobres de lo difícil, costoso, incómodo y perturbador que es vivir con semejantes asimetrías sociales y económicas.

El imperativo de luchar contra la pobreza no resultará pues sólo de un planteamiento a la conciencia moral, sino también y sobre todo como parte de un hecho fundamental para sostener el proceso de globalización y como un requisito esencial para mantener la estabilidad social. Es decir, es muy probable que las mudanzas en los comportamientos sociales éticos obedezcan más a cambios paulatinos que a avances sociales revolucionarios. Sin embargo, aún a pesar de que estos cambios sean promovidos por otros intereses no estrictamente éticos, es probable que ellos influyan en el desarrollo de un nuevo ethos que tal vez tenga la fuerza de promover un nuevo pacto social donde las conductas individuales, sociales y corporativas se centren más en el ser humano. Algunas tendencias identificadas apuntan a una revisión del papel que juega la filantropía en el mundo, no sólo la parte más mediática de las celebridades, sino también las fundaciones y algunas corporaciones que responden ya a su compromisos de responsabilidad social corporativa.

Es también muy factible que actores no estatales tales como las redes ciudadanas y las asociaciones de diferentes colectivos sociales continuarán a actuar a nivel global, regional o nacional demandando cambios sociales a través de medios no violentos en cuestiones tales como la desigualdad, la pobreza, la justicia social o el cambio climático, entre otros. Estas movilizaciones sociales alentarán la camaradería y el espíritu asociativo en pos de la igualdad de oportunidades. Es también muy plausible que nazca un número mayor de coaliciones locales en diversas ciudades, operando en ámbitos particulares vinculados a sus propias agendas, donde la confianza, el sentido de comunidad, la identidad urbana y otras formas de capital social despierten un interés genuino por resolver problemas de la propia comunidad.

Probablemente en esa corriente de cambio los políticos, la comunidad internacional y otros actores podrían seguir un proceso de transformación similar: «la marea sube y levanta todos los barcos». No obstante, un cambio de esta naturaleza conlleva una nueva actitud política donde compañías, corporaciones, individuos, incluso ciudades completas, adopten y usen la declaración de derechos humanos, extendiéndola al uso y disfrute de recursos naturales, derechos a la salud, e incluso el derecho a acceder al capital (Outsights, 2004). De no ser así el crecimiento económico en el mundo de los BRIC y otros países podría convertirse en un juego de suma cero sin ventajas claras en términos de desarrollo social más integral.

Existen pues razones de optimismo para pensar que las murallas y las fortificaciones caerán, acabando con el anverso y el reverso de las ciudades que normalmente no se pueden ver ni tocar: la pobreza por un lado y la riqueza por el otro. Sin embargo, para que deje de existir la ciudad de arriba y de abajo como coloquialmente se caracteriza esta separación, será necesario formular políticas económicas teniendo a los pobres urbanos en mente, con esquemas de gobernabilidad más incluyentes e invirtiendo en bienes y servicios públicos para los pobres y los sectores vulnerables. Este es un escenario factible que requiere formas de gobierno más modernas y eficientes, con reglas claras de donde se deriven obligaciones, responsabilidades y respeto institucional para todos.

Se requerirá también que gobiernos locales trabajen mano a mano con las autoridades centrales. Sería deseable, aunque poco probable en los próximos años, que las ciudades institucionalicen asociaciones inter-ciudades y desarrollen programas conjuntos de competitividad cooperativa a fin de dar una mayor visibilidad a lo local, potenciando al mismo tiempo el desarrollo regional. Estas redes de ciudades deberán articularse con los gobiernos centrales y trabajar con ellos a fin de lograr una articulación diferente y poderosa de los diferentes niveles de gobierno.

Un escenario de probabilidad considerable es que se erija un nuevo contrato social que hable de una sociedad responsable, un nuevo ethos social con una sociedad renovada que establezca un pacto entre autoridades locales y habitantes definiendo derechos, obligaciones y responsabilidades mutuas, las cuales por un lado comprometen a las autoridades a asegurar un mejor eficiencia, equidad, transparencia en el ejercicio de sus funciones y, por el otro lado, obligan a los habitantes a mostrar una mayor responsabilidad en la participación de la vida civil.

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